Prólogo de Ricardo Redoli para el libro
Prólogo
De Juan Aranda, amigo generoso y paciente, autor de esta Breve Cronología de Melilla, no podía esperarse una obra que no fuese acorde con esas cualidades humanas que le adornan y que resultan tan poco “practicadas” en los tiempos que corren. Lo de generoso se comprende tras la lectura de este libro al que ha dedicado gran parte de su tiempo recopilando fechas y datos para ofrecemos, con un estilo sencillo y natural y en un texto aclarador y asequible a cualquier lector, su continua inquietud por lo que pasó, pasa y pasará a uno y otro lado de este Mare Nostrum, separador tantas veces de talantes y opiniones, y otras no obstante, ensamblador de razón y corazones bajo un prisma común de entendimiento: la Madre Patria.
Sobre la otra cualidad aludida, la de paciente, me permito remitir al lector a ese brevísimo éxplicit con el que el autor remata su obra: Verano de 1998. Por él colegimos que, durante más de cuatro años, Juan Aranda ha estado aguardando la oportunidad de hacer público su probado y esmerado trabajo. En este sentido he de decir que, cuando en alguna ocasión he departido con tan afable conversador y amigo querido —a propósito de la publicación de su libro—, frecuentemente aparecía la imagen “virtual” (acaso) y recurrente de un futuro alumbramiento del que conocíamos el instante mismo de su concepción, pero del que ignorábamos el decisivo momento del parto.
No es ésta la primera incursión que hace Aranda en el mundo de las letras. Frecuente colaborador en Melilla Hoy, sus aportaciones periodísticas abarcan cuanto de interés acontece en ese trocito de España al que observa desde este otro fragmento, español y hermano, hasta que la vista, cansada de escudriñar entre el espacio y el salitre viajero, da paso a la mirada amorosa y límpida de ese corazón con el que un verdadero hijo de Melilla reclama a su patria chica en la distancia.
El mismo interés, la misma amenidad de sus escritos periodísticos están presentes en esta Breve Cronología de Melilla cuya lectura gradual permite al lector interrogarse y buscar y hallar respuesta en los sucesivos datos que —a modo de menú histórico— se nos van desgranando a lo largo de las más de ciento cincuenta páginas que conforman la obra de Juan Aranda. Así, por ejemplo, se nos desvela por qué, en los primeros momentos de la Historia española de Melilla, se suceden, uno tras otro, tantos gobernadores militares, o cuál es el origen de los nombres de las calles y plazas de la vieja Rusadir, o dónde se ubica aquel antiguo emplazamiento, perdido hoy en la memoria de las nuevas generaciones. Al cabo, uno llega a preguntarse por qué se ha tardado tanto en hacer pública esta reveladora cronología melillense.
Dichosamente, tan larga espera ha llegado a término: la publicación del libro es ya un hecho y lo es, no sólo gracias a la diosa Fortuna —primera y siempre frágil madrina del escritor— sino a la atinada decisión editora de un munífico valedor, amante y defensor de la Melilla de siempre, quien —por razones propias de un altruista al uso— ha querido mantenerse en el anonimato, lo que no me impide pensar que su identificación con el autor y con todo lo concerniente a una Melilla sana, próspera y española habrían hecho de él —más que de mí— el acertado prologuista del libro de Juan Aranda.
Felicitaciones, pues, a él, al autor y a cuantos tengan la posibilidad de leer esta obra, salida de un corazón generoso y sentido que, durante años, ha guardado los recuerdos imborrables de su infancia y de su juventud para desvelarlos ahora a quienes, en mayor o menor grado, sentimos Melilla como parte indivisible de una España de todos.
Ricardo Redoli Morales,
Catedrático de la Universidad de Málaga,
Noviembre de 2002.
De Juan Aranda, amigo generoso y paciente, autor de esta Breve Cronología de Melilla, no podía esperarse una obra que no fuese acorde con esas cualidades humanas que le adornan y que resultan tan poco “practicadas” en los tiempos que corren. Lo de generoso se comprende tras la lectura de este libro al que ha dedicado gran parte de su tiempo recopilando fechas y datos para ofrecemos, con un estilo sencillo y natural y en un texto aclarador y asequible a cualquier lector, su continua inquietud por lo que pasó, pasa y pasará a uno y otro lado de este Mare Nostrum, separador tantas veces de talantes y opiniones, y otras no obstante, ensamblador de razón y corazones bajo un prisma común de entendimiento: la Madre Patria.
Sobre la otra cualidad aludida, la de paciente, me permito remitir al lector a ese brevísimo éxplicit con el que el autor remata su obra: Verano de 1998. Por él colegimos que, durante más de cuatro años, Juan Aranda ha estado aguardando la oportunidad de hacer público su probado y esmerado trabajo. En este sentido he de decir que, cuando en alguna ocasión he departido con tan afable conversador y amigo querido —a propósito de la publicación de su libro—, frecuentemente aparecía la imagen “virtual” (acaso) y recurrente de un futuro alumbramiento del que conocíamos el instante mismo de su concepción, pero del que ignorábamos el decisivo momento del parto.
No es ésta la primera incursión que hace Aranda en el mundo de las letras. Frecuente colaborador en Melilla Hoy, sus aportaciones periodísticas abarcan cuanto de interés acontece en ese trocito de España al que observa desde este otro fragmento, español y hermano, hasta que la vista, cansada de escudriñar entre el espacio y el salitre viajero, da paso a la mirada amorosa y límpida de ese corazón con el que un verdadero hijo de Melilla reclama a su patria chica en la distancia.
El mismo interés, la misma amenidad de sus escritos periodísticos están presentes en esta Breve Cronología de Melilla cuya lectura gradual permite al lector interrogarse y buscar y hallar respuesta en los sucesivos datos que —a modo de menú histórico— se nos van desgranando a lo largo de las más de ciento cincuenta páginas que conforman la obra de Juan Aranda. Así, por ejemplo, se nos desvela por qué, en los primeros momentos de la Historia española de Melilla, se suceden, uno tras otro, tantos gobernadores militares, o cuál es el origen de los nombres de las calles y plazas de la vieja Rusadir, o dónde se ubica aquel antiguo emplazamiento, perdido hoy en la memoria de las nuevas generaciones. Al cabo, uno llega a preguntarse por qué se ha tardado tanto en hacer pública esta reveladora cronología melillense.
Dichosamente, tan larga espera ha llegado a término: la publicación del libro es ya un hecho y lo es, no sólo gracias a la diosa Fortuna —primera y siempre frágil madrina del escritor— sino a la atinada decisión editora de un munífico valedor, amante y defensor de la Melilla de siempre, quien —por razones propias de un altruista al uso— ha querido mantenerse en el anonimato, lo que no me impide pensar que su identificación con el autor y con todo lo concerniente a una Melilla sana, próspera y española habrían hecho de él —más que de mí— el acertado prologuista del libro de Juan Aranda.
Felicitaciones, pues, a él, al autor y a cuantos tengan la posibilidad de leer esta obra, salida de un corazón generoso y sentido que, durante años, ha guardado los recuerdos imborrables de su infancia y de su juventud para desvelarlos ahora a quienes, en mayor o menor grado, sentimos Melilla como parte indivisible de una España de todos.
Ricardo Redoli Morales,
Catedrático de la Universidad de Málaga,
Noviembre de 2002.
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