Esperando al cartero 14/10/02
ESPERANDO AL CARTERO
Hace muchos años presenciaba a menudo, al entregar a una muchacha una simple carta de su novio, como a ésta se le cambiaba el color de su cara, semblante de tristeza y esperanza en una sonrisa alegre. Era normal, porque quien le escribía era su enamorado que estaba “ marcando el caqui en las lejanas tierras de África “. Bien, pues a mí me pasa lo mismo con este periódico, que cuando tarda un poco mas de lo normal parece que me falta una parte de la dosis diaria de lectura. Tengan en cuenta que, aparte de mi familia y una gran cantidad de buenos amigos residentes en la ciudad, es el único vínculo escrito que me une en la distancia a la tierra que vine a la vida. De él me nutro, me lleno, me empapo, con sus noticias locales y me tiene informado de las venturas y desventuras de sus políticos. Garbín enriquece mi melillismo con sus poemas y sus comentarios en forma de dardos lanzados hacia la estulticia de algunos políticos, - el dedicado a nuestro (paisano) y alcalde de Nador no tiene desperdicios-. A Eladio Algarra le tengo recortados todos sus poemas de su “Pateando la ciudad” ya que no poseo el libro de 1987. Hasta ahora, lo que he leído de él son poemas de bondad, que es el arma de todo bien nacido, la que desentraña los caminos enrevesados de la vida. Muchas veces me pregunto porqué hay que hablar siempre de los políticos peyorativamente; alguno habrá que lo haga bien y sea altruista y quiera hacer cosas grandes, aunque los hombres pequeños, o la envidiosa oposición, las estorben cuando las lleven a cabo. De los cambios habidos en sus calles y plazas, haciéndome recordar las de mi niñez y juventud en ellas, uno de estos recuerdos me vino al leer la noticia del descubrimiento del cadáver de un hombre, “El Petrola”, en el callejón del Aceitero, callejón de tantos recuerdos de mi niñez ya que en uno de sus patios dejé exhausta a mi madre cuando me parió y fui pesado en la balanza de los platillos dorados con los patitos de nivel en la tienda de la señora Esperanza: “pesaste 5 kilos, Juanito”, me decía mi madre cuando fui mayor. Era cuando el callejón medía doble anchura de la actual; de cuando mis amigo Miguel Ambrós saltaba de su azotea hasta la calle Duque de la Torre huyendo de los castigos de Antonia, su madre; de los hijos de Filo, Pepe, Luís, Antonio (Ñoño), Rogelio y Pedrito; los hermanos Santana, Manolo y Paquito; de Carlos Morales, que hablaba como una ametralladora para disimular su tartamudez. Después vinieron a vivir el buen Dris, fallecido hace años, y su esposa Mahimona, padres de Abdelkader y de Alí, que hace la tira de años que no los veo por no coincidir en mis viajes cortos a la ciudad.
Muchas veces pienso que cuando se me vaya a olvidar de respirar me gustaría no morirme del todo y así ver lo que ocurre en los dos sitios, tanto en Melilla como en Málaga. La parca Átropos, la que corta el hilo de nuestra existencia, tiene la palabra; sus hermanas, la hiladora Cloto y Láquesis, que es la que devana todo lo que hacemos durante nuestra vida, aun me están dando cuartelillo, y que sea por muchos años, por supuesto.
Al pobre “Petrola” la deidad Átropos le cortó el hilo de su vida en soledad. Elías Canetti decía que nadie es mas solitario que aquél que nunca ha recibido una carta. No creo que mi vecino recibiera una carta de amor o de cariño en su desventurada y solitaria vida. La señora Angeles, su madre, ya lo tendrá en su regazo acariciándolo con el mismo cariño que lo hacía de pequeño.
Juan J. Aranda Málaga 14 de Octubre de 2002
Hace muchos años presenciaba a menudo, al entregar a una muchacha una simple carta de su novio, como a ésta se le cambiaba el color de su cara, semblante de tristeza y esperanza en una sonrisa alegre. Era normal, porque quien le escribía era su enamorado que estaba “ marcando el caqui en las lejanas tierras de África “. Bien, pues a mí me pasa lo mismo con este periódico, que cuando tarda un poco mas de lo normal parece que me falta una parte de la dosis diaria de lectura. Tengan en cuenta que, aparte de mi familia y una gran cantidad de buenos amigos residentes en la ciudad, es el único vínculo escrito que me une en la distancia a la tierra que vine a la vida. De él me nutro, me lleno, me empapo, con sus noticias locales y me tiene informado de las venturas y desventuras de sus políticos. Garbín enriquece mi melillismo con sus poemas y sus comentarios en forma de dardos lanzados hacia la estulticia de algunos políticos, - el dedicado a nuestro (paisano) y alcalde de Nador no tiene desperdicios-. A Eladio Algarra le tengo recortados todos sus poemas de su “Pateando la ciudad” ya que no poseo el libro de 1987. Hasta ahora, lo que he leído de él son poemas de bondad, que es el arma de todo bien nacido, la que desentraña los caminos enrevesados de la vida. Muchas veces me pregunto porqué hay que hablar siempre de los políticos peyorativamente; alguno habrá que lo haga bien y sea altruista y quiera hacer cosas grandes, aunque los hombres pequeños, o la envidiosa oposición, las estorben cuando las lleven a cabo. De los cambios habidos en sus calles y plazas, haciéndome recordar las de mi niñez y juventud en ellas, uno de estos recuerdos me vino al leer la noticia del descubrimiento del cadáver de un hombre, “El Petrola”, en el callejón del Aceitero, callejón de tantos recuerdos de mi niñez ya que en uno de sus patios dejé exhausta a mi madre cuando me parió y fui pesado en la balanza de los platillos dorados con los patitos de nivel en la tienda de la señora Esperanza: “pesaste 5 kilos, Juanito”, me decía mi madre cuando fui mayor. Era cuando el callejón medía doble anchura de la actual; de cuando mis amigo Miguel Ambrós saltaba de su azotea hasta la calle Duque de la Torre huyendo de los castigos de Antonia, su madre; de los hijos de Filo, Pepe, Luís, Antonio (Ñoño), Rogelio y Pedrito; los hermanos Santana, Manolo y Paquito; de Carlos Morales, que hablaba como una ametralladora para disimular su tartamudez. Después vinieron a vivir el buen Dris, fallecido hace años, y su esposa Mahimona, padres de Abdelkader y de Alí, que hace la tira de años que no los veo por no coincidir en mis viajes cortos a la ciudad.
Muchas veces pienso que cuando se me vaya a olvidar de respirar me gustaría no morirme del todo y así ver lo que ocurre en los dos sitios, tanto en Melilla como en Málaga. La parca Átropos, la que corta el hilo de nuestra existencia, tiene la palabra; sus hermanas, la hiladora Cloto y Láquesis, que es la que devana todo lo que hacemos durante nuestra vida, aun me están dando cuartelillo, y que sea por muchos años, por supuesto.
Al pobre “Petrola” la deidad Átropos le cortó el hilo de su vida en soledad. Elías Canetti decía que nadie es mas solitario que aquél que nunca ha recibido una carta. No creo que mi vecino recibiera una carta de amor o de cariño en su desventurada y solitaria vida. La señora Angeles, su madre, ya lo tendrá en su regazo acariciándolo con el mismo cariño que lo hacía de pequeño.
Juan J. Aranda Málaga 14 de Octubre de 2002
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