viernes, enero 20, 2006

Regocijo y recuerdos de la nostalgia 01/04/02

     
                                 REGOCIJO Y RECUERDOS  DESDE  LA NOSTALGIA


Bárbara Apolonia Chanupiec (Pola Negri) decía que el pasado fue juventud y regocijo, y el presente, nostalgia y sabiduría.      
     El saber, mas bien la experiencia que da los años, mezclado con la nostalgia es un cóctel que debemos beber a sorbos cortos de vez en cuando.    
Quién no se acuerda de los años en que en el Rastro, al final de García Cabrelles, entre los olores de los restos de las  verduras tiradas por el suelo y de la fruta podrida con los pescados al sol se dejaba oír el ruido de un yunque gritón cuando era golpeado con mimo por el gran martillo de bola,  invitando y  guiando al marro, golpear donde él le indicaba:  “Juanito, en el cono debe sonar acampanado (sonido atimbrado) y en lo liso achafado (como el golpear a un envase de lata lleno)”, me decía un viejo con cariño mientras enfriaba un hierro en el bidón lleno de agua negra por el carbón de hierro recogido de las vías del tren.  Su música, acompasada parecía invitar a  alguien a que  cantara cualquier palo del cante jondo.   Los zapateros judíos y el latero Alberto, también hebreo, acompañaban con su trajín las mañanas con otros olores de yerbabuena en el té que servían del cafetín existente junto al bar “La Maja” cerca de su hermano, otro bar llamado “El Mortero”,  al lado de la  trapería de Bonilla donde te vendían un puñado de clavos usados por dos reales.
Otras veces qué mágico miedo me entraba cuando asomaba mi cabeza por esas vetustas ventanas de madera y gritábamos los niños a la lobreguez de las aguas quietas de los aljibes centenarios de la plaza de cuesta; plaza con el mismo nombre de Aljibes.    Entre nosotros había un niño con las orejas gemelas que cuando iba a llover se le cambiaban de color rojo sus lóbulos llenos de salud y de sangre de los bollos llenos de aceite que se zampaba, decía su madre.   A un tío de éste niño siempre se le ponía la nariz afresada cada vez que salía de Casa Carmelo o en la Bodega Madrid en la Cañada (calle de Castelar) con los bolsillos llenos de cacahuetes.
Cuando caía la tarde de verano y su hermana la tibia noche entraba cantando con sus estrellas de plata solíamos encaramarnos a la vieja muralla desde los torreones de las Cabras y el de las Pelotas para ver atracar el barco  que cruzaba, que para nosotros era el oscuro y hondo mar, desde la lejana y cercana Península.   El barco, “El Melillero” de Málaga, blanco y plateado por el sol huía mas tarde a hurtadillas cortando el azul profundo hacia la otra orilla hermana.  Solo quedábamos nosotros, los andarríos, desde las murallas  y algún soldado solitario con un libro entre sus manos y la nostalgia presente en el rostro.   Al Torreón del Bonete, vigía del Pueblo, siempre me parecía verlo asomado al mar pidiendo que lo acariciaran las olas que rompen en sus pies de roca junto a las fauces de la “Boca del León”.
Otras veces, por el sombrío túnel de Santa Ana, guareciéndonos del ardiente sol, caminábamos en dirección de la Alcazaba para bañarnos en la Ensenada de los Galápagos o de los Viejos.   Al salir por la puerta de Santiago, debajo del torreón del las Cinco palabras, salíamos a la plaza donde antaño prestaban guardia en su cuartel los soldados a los penados allí castigados por hechos lejanos.  Mas tarde nos enteramos que muchos de ellos los encerraban allí por pensar de modo diferente a los que gobernaban.  Como anécdota también supimos que el padre de nuestro José Tallaví, el gran actor Tallaví, ejercía de cabo de varas como liberto en el presidio mientras él lo hacía en los mejores escenarios de Europa y América junto a sus coetáneos Emilio Orejón, Rafael Calvo, Mendoza Tenorio, Antonio Vico y tantos otros que fueron la gloria de nuestros escenarios por aquéllos años.   Entre risas y jugando a piola bajábamos al Foso del Hornabeque por el puente de piedra.  Lugar donde ocurrió el 15 de Agosto de 1614 el famoso ataque, por medio de absurdas artimañas, de un alfaquí para apoderarse de la Plaza  y rechazado por el Alcaide Pedro Venegas; dando origen a la obra teatral de Juan Ruiz de Alarcón “La Manganilla de Melilla” y celebrada trescientos cuarenta años mas tarde en los escenarios donde ocurrieron los hechos.  El policía nacional, entonces armada, en la garita con su  mosquetón parecía ser siempre el mismo; saludándonos a todos porque uno de nosotros era su hijo, presumiendo éste de que su padre fuese un guardián del orden.   No poseíamos nada y lo teníamos todo, salud y muchas ganas de comer; no teníamos juguetes y nunca nos hartábamos de jugar sin ellos.   Nos reíamos de nosotros mismos; Paco Roldán, gran músico militar en la actualidad, me decía, siempre riendo y mordiéndose el labio inferior con su mella natural  que su cabeza, como la mía eran dos castigos que nos impusieron Concha y María, nuestras madres, amigas ellas, al parirnos, de gordas y hermosas que las teníamos.   Yo creo que alguno de aquéllos andarríos, si leen esto se le formará una sonrisa de complicidad; que sepan que mientras sonríen les envío un abrazo con el cariño de la amistad mas sana y verdadera que existe, la de la niñez y primera juventud.
Reciban un cordial saludo.



                                   Juan J. Aranda
                                   Málaga 1 de Abríl de 2002