Recuerdos de la calle Castellón 18/03/02
RECUERDOS DE UNOS VECINOS DE LA CALLE DE CASTELLÓN
Cuando a veces me dispongo a leer alguna publicación antigua de nuestra ciudad, ya sea original, de facsímil o insertada en otra con sus fotografías, me da por recordar las cosas que mucha gente en Melilla les retrotrae, como a mi : “Qué edad mas llena de divino encanto, aquélla en que mi madre me dormía al blando arrullo de su dulce canto”; esto es de Arturo Reyes, pero es como si la “película” de tu niñez estuviera pasando en la actualidad. En una revista, que no tengo la suerte de que sea de mi propiedad, leí hace días lo que ya sabía y es que en nuestra ciudad, en las tres primeras décadas existían mas periódicos y revistas que en cualquier ciudad de la Península. “El Telegrama del Rif ”, “ El Comercio de Melilla”, “ La Gaceta de Melilla”, “ El Heraldo de Melilla”, “El Liberal”, “Melilla Nueva”, “Propatria”, “El Cañón” y “El Popular”, y si se me ha escapado algún otro que me lo rectifiquen, que yo como siempre le quedaré muy agradecido.
Referente a “El Popular” que no llegué a conocerlo; que quieren que les diga si aun mi madre no me había nacido con sus dolores ni por supuesto dejado saludar a nuestro sol melillense recibiendo su beso de luz, tengo unos recuerdos de una anciana con el cabello blanco que se llamaba Rosario. Ésta señora vivía con sus dos hijos al final de la calle de Castellón, frente a una de las dos bocas del refugio existente en dicha calle; donde en la actualidad hay un edificio de números pares, porque lógicamente la numeración empieza desde abajo, a la espalda de mi colegio de Ataque Seco, hoy España; y se que algún vecino antiguo de aquéllos años se acordará si lee esto. A ésta señora la llamaban popularmente, y valga la redundancia, “La Populona” porque en los años en que existía ese periódico ella lo vendía a los clientes habituales. De los dos hijos mis recuerdos son que eran muy bajitos de estatura y que les apodaban los hermanos “Chevalier”, creo que uno de ellos se le daba bien cantar por el gran Maurice Chevalier, aunque las malas lenguas, como siempre, decían que lo hacía muy malamente. El mayor de edad viene a mi memoria con un gran megáfono cónico, de los que había que echar los pulmones para que se oyera, en lo alto de una camioneta anunciando veladas de boxeo o corridas de toros. El bar “El Montañés” en Arturo Reyes era su parada diaria de café habitual. El megáfono entonces era de esa clase, a pleno pulmón, sin nada eléctrico. Claro que muchos guasones hacían crueles burlas de éstos hermanos debido a sus estaturas diciéndoles apenas los veían :” Chevalier, ponte en pié que nos vamos”. Mas de un disgusto se llevaron algunos sinvergüenzas (sinlachones les llamaban ellos; sin- <lacha=vergüenza> ), como algún que otro niño desvergonzado que se llevaba una lluvia de epítetos, todos en recuerdo a su familia viva o difunta y a los adornos vikingos que supuestamente tenían sus padres en sus testas, sin tener éstos culpa alguna de que su hijo fuera un futuro sinlachón. Y el caso es que éstos hermanos eran muy formales, y al decir formales me refiero a que eran educados, por lo menos a mí siempre me lo parecieron, porque saludaban a todos los vecinos y recibiendo contestación con el respeto debido.
Todo lo contrario de éstos hermanos, lo digo por su estatura, era un señor que medía cerca de dos metros y al que le llamaban con un diminutivo de mujer, grueso que rifaba tanto una muñeca como toallas o mantelerías. Éste señor, como era tan grandote los niños le preguntaban apenas lo veían:” Qué tal se está por ahí arriba “; contestando él : ” con mas vergüenza que por ahí abajo so escarabajo “ .
Había otra señora, Enriqueta, Quety para todo el mundo, en la misma calle de Castellón, y sin ánimo peyorativo, era solterona porque era de la edad de nuestras madres que tenía en su casa un pequeño puesto de chucherías y venta-alquiler y cambio de toda clase de tebeos y novelas. Eso era una cosa normal en aquéllos años de penurias económicas, que una familia se ayudara con los pequeños ingresos para poder llegar a fin de mes. Pero lo que mas me llamaba la atención de Quety era su seriedad para con todo el mundo. Ella, cuando los niños estábamos cerca jugando, siempre tenía a mano una vejiga de cerdo o de vaca, que mas bien parecía de elefante, por lo grande que era, siempre húmeda que inflaba apenas veía a alguna persona; también lo hacía cuando era un grupo que solía venir procedente del cementerio de algún entierro y que al pasar cerca de ella soltaba el aire de la vejiga escapándose una gran pedorreta; y siempre eran los niños los que pagaban el “pato”. Claro, cómo se iban a imaginar que una señora mas seria que un fiscal hiciera eso; lo mas lógico era que los zascandiles que estaban jugando al trompo o a piola se llevaran la rasca :” Pero qué poquísima vergüenza tenéis so guarros”, claro, ante eso y en aquéllos años, en los que el respeto, mas bien miedo, era el pan de cada día de los niños hacia los mayores, había que hacer mutis por el foro y escapar soltando la gran carcajada; porque no me digan ustedes quién se iba a creer que los niños eran los inocentes. Ante todo esto Quety se refugiaba entre sus cortinas escuchando todos los improperios de los viandantes hacia los niños y éstos estaban seguros de que no soltaba ni una sonrisa la muy guasona.
En aquéllos años en que algunas casas de Melilla no existía agua corriente, pero sí que tenían depósitos en las azoteas, cuando yo era un niño que contaba solamente la decena de años de vida esperaba a mi padre en la calle de Castellón llegar con su flamante regadera de bomberos (a él le gusta decir de Incendios) con el volante de casi un metro de diámetro y sin dirección asistida como los actuales y si mal no recuerdo con las ruedas macizas diciéndome: “Juanito dale agua a todas las personas que vengan con cubos o garrafas”; a su ayudante, Infante, ya lo había dejado en su casa del Tesorillo para que almorzara. Mientras mi padre comía tranquilamente aquí tenían a Juanito, todo orgulloso y ufano con la mano en un grifo que mas bien parecía la boca de un león de grande que era, vaciar agua para que llenaran todos los vecinos que la necesitaban. Algunos hacían buena la frase de dar mas viajes que un aguador. Pero nunca salía la cosa como debía porque cuando mis amigos “andarríos” se acercaban en plan de “guerreros -aguaeros” era la guerra del agua y de los chaparrones y nunca mejor dicho porque de verdad que acabábamos como salidos de una piscina con ropas, y mas de un mayor, o sea adulto, también se apuntaba al chapoteo. Había un señor que pronunciaba muy bien las eses, todo él muy fino; decía que nosotros los niños éramos capaces de atarles los huevos al diablo; lo decía por nuestras travesuras, claro está . Entre nosotros había un niño que siempre iba pelado a rape y tenía en su pelona cabeza los piojos en línea de desfile, y por mucho que se rascara los bichitos cabrones parecían cambiar en línea de combate y atacarle mas; y eso que el barbero, en vez de L´oparisié le metía la maquinilla al cero. Recuerdo que esto que les relato siempre era en verano. Cuando mi padre había terminado su almuerzo, que siempre eran quince minutos, enchufaba la manguera y con la regadera junto a la esquina del callejón del Aceitero dejaba ir tal cantidad de agua escaleras abajo que muchos vecinos de la calle Duque de la Torre, Teruel o como se llame actualmente andaban con escobas apartando el agua hacia las alcantarillas de la calle. Y también el mismo callejón quedaba refrescado hasta el atardecer, que era la hora en que los vecinos salían, y aun salen a las puertas a “cascar” de todo lo que se presentaba. Hoy ese callejón lo han estrechado por la construcción de varios pisos pero me consta que en la actualidad, en la calle de Castellón, viven muchas personas de aquéllos años “gloriosos” de pelotas de trapo y del bollo con aceite y azúcar. Yo conozco un vecino que siempre ha vivido en esa misma calle, como toda su numerosa familia, y se que si lee esto sonreirá con todo su cariño hacia mi porque da la coincidencia de que es hermano de mi madre, mi bueno, amable y cariñoso tío Andrés que desde éstas líneas y en recuerdo de su hermana María le envío un par de besos. Sé que dirá algo asi como: “Hay que ver las cosas que tiene mi sobrino Juan, (puntualizando) el de mi hermana María “, porque también tiene guasa que tres de los muchos sobrinos que tiene llevemos el nombre de Juan. Pero esa es otra historia.
Por aquéllos años, siendo verano, cualquier persona que pasaba por el lado de una reunión de vecinos sentados a la puerta de sus casas en cualquier calle de barrio de Melilla siempre saludaba con la cortesía de buen vecino y creo que en la actualidad existe esa buena y sana costumbre de saludo entre personas que conviven en una misma calle.
¿Verdad que es bueno recordar todas éstas vivencias y hacer trabajar las entumecidas memorias? . Yo espero que si.
Hasta la próxima y queden con Dios.
Juan J. Aranda
Málaga 18 Marzo de 2002
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