sábado, enero 28, 2006

Los juegos de mi infancia 06/05/02

LOS JUEGOS DE MI INFANCIA



En Jaén, una asociación de monitores, rescata y difunde juegos tradicionales de hace décadas. Esto lo leí hace días en un periódico nacional, y como mucha gente que pasamos de los cincuenta y llegamos sin prisa a los sesenta; me refiero igualmente a los que “padecemos” algo el síndrome de Peter Pan; los que seguimos siendo niños en lo mas profundo de nuestros corazones, y ¡ay ! de aquéllos que no lo guardan. Dice el cronista que los niños que se encontraban en el parque del Seminario de Jaén la sorpresa para ellos fue mayúscula cuando vieron a un señor de unos setenta años lanzando un trompo con una habilidad parecida a un malabarista; recogiendo la peonza desde el suelo y bailarlo en su mano para luego lanzarlo encima de una moneda para que ésta se desplazara de sitio. Los balones de fútbol y las bicicletas quedaron por unas horas aparcados para dar paso a unos inesperados juegos, que para algunos eran insólitos. El turno de los aros con sus guías de alambre; las chapas de las gaseosas o de cervezas, nuestras monedas que también nos servían para forrarlas y jugar partidos de fútbol, las semillas de los albaricoques, “güesos” que guardábamos en una caja de zapatos que también servían de moneda de cambio; la comba, entonces juego de niñas, por aquello de sus saltitos; pídola, piola para nosotros; los zancos, un tobillo aun me guarda rencor por culpa de uno de ellos; el trompo, pieza de museo que tratábamos con todo el mimo y que al clavarle la púa lo hacíamos con cagajones de burro o de caballo; hoy para coger esos cagajones hay que esperar a Semana Santa, muchos decían que así no se salía el clavo permaneciendo recto y equilibrado, zarandajas de algún adulto cachondo, al participar en el juego de la olla en el que lo lanzábamos con fuerza para sacar al de los contrarios para así quedarnos con ellos. Esa era la apuesta y los mas pequeños no solían jugar porque sabían a que se exponían. Paco Roldán Guijarro, gran músico y marino, hermano de Miguel Angel el que fuera senador del PSOE y refundador de la UGT de Melilla, el tío, tenía tal habilidad que siempre sacaba un trompo de la olla; y lo hacía con toda tranquilidad, teniendo la deferencia de devolvérnoslo; su nobleza le impedía quedarse con un trompo de un amigo. Las suelas de goma recortadas en redondeles para jugar a la cuarta, los envoltorios de caramelos que nos servían de moneda de cambio para ganar cualquier cosa valiosa como una caja con un grillo cantor, mi hermana Mari Sol decía que era una asquerosa y negra cucaracha; qué sabía ella del placer de llevar un grillo o una lagartija entre las manos, con la de cosquillas que hacen, ¿verdad?. Un tebeo o un puñado de bolas de barro, siendo las de cristal las mas cotizadas y las que costaban mas caras, porque las primeras con solo darle un castañazo con una de cristal se hacían añicos. Mi madre me hizo una bolsa de lona que era como mi segunda piel, y era como el cuerno de la abundancia, lo mismo te encontrabas una lagartija, tan suave y tan rápida que un puñado de chapas de una cerveza rara extranjera, las del Kist no eran cotizables, por lo vistas que estaban, que un trompo brillante por el uso continuo.
Viendo la fotografía de la casa número tres de la calle Cádiz de nuestra ciudad me vino a la memoria que muchas tardes, a la salida del ensayo de la banda de música en la calle Medina Sidonia en el Mantelete. ¿Recuerdan?, era la que dirigía Don Julio Moreno, al que yo reivindico de vez en cuando una calle en la ciudad; hombre, ya que Napoleón la tiene y todos sabemos el comportamiento que tuvo el pequeño gabacho con España. Los chaveas que vivíamos en el sector de las calles Castelar, Sagasta, Duque de la Torre, Castellón y Ataque Seco, nos entreteníamos practicando los juegos que en el parque del Seminario de Jaén una asociación juvenil de monitores ha implantado en esa ciudad.
Todo el que ha practicado esos juegos, niñas o niños de antaño, hoy “puretones”, me entenderá y estoy seguro que algún trompo con su correspondiente chambel lo tendrá guardado en el sitio en que guardamos los cachivaches, cachivaches que jamás nos desprenderíamos de ellos. Algunos le llamarían a eso fetichismo, pero quien de nosotros no siente algo de nostalgia cariñosa al ver uno de esos juguetes de cuando era un niño alegre.
En la fotografía de la calle Cádiz, por el ángulo que está tomada no se observa el callejón de la panadería de Aznar, familia de mi buen amigo Antonio Aznar, donde desde sus ventanas podíamos ver y oler el pan recién hecho. Pero también llegaba a nuestras narices el inconfundible olor de las micciones y alguna que otra defecación de mucha gente de esfínteres apurados y dilatados. Tengo que decir que nosotros, los niños, lo hacíamos cada vez que pasábamos por allí; ya lo se que estaba mal y, aunque tarde, pido disculpas, pero como sabrán, el único urinario público que existía en ese contorno era uno que había frente a la puerta del cementerio, justo donde hoy está el tanatorio y quien era el valiente que subía todo Castelar para echar una meada, teniendo un callejón donde competíamos para ver quien era el que llegaba mas lejos con su chorrito de agüita amarilla. Además, según decían, en ese urinario redondo y apestoso solían frecuentarlo hombres depravados y para nosotros era tabú orinar allí.
Desde aquí reivindico esos juegos tan entrañables porque nuestra ciudad tiene espacios donde poder practicarlos, y si no lo hay que las autoridades los busquen que estoy seguro que mas de una excelentísima, como les dice Garbín, al inaugurarlo cogería su trompo para lanzarlo. Además en los dos parques que tiene por pulmones sería divertido ver a unos padres, mas bien abuelos, competir con sus nietos. Así que ánimo que se acerca el verano y esos son juegos estivales.
Reciban un saludo.






Juan J. Aranda

Málaga 6 Mayo 2002