domingo, febrero 12, 2006

Algo sobre una adopción tardía 08/12/02

ALGO SOBRE UNA “ADOPCIÓN” TARDÍA

Cerca de la biblioteca donde paso mi tiempo de lectura y apuntes, como un simple estudiante, y junto a mi buen amigo Don Rafael; como sabrán Rafalito es solamente para los amigos, existe un panal donde deben trabajar miles de abejas. He aprendido de Rafalito que a las abejas, si no les haces daño, ellas tampoco te lo harán a ti; pero no me digan ustedes que no te entra un poco de temor cuando ves a tu alrededor unas pocas de ellas queriéndote pinchar, porque piensan que le vas a hacer daño a su reina, como a mí me pasó en la cuesta del Nacional frente a Correos hace casi medio siglo. A mi madre le gustaba decir: Cuesta del Kursaal, porque al Cine Nacional, en su inauguración, parece ser, se le bautizó con ese nombre. Aquél día fue para mí un renacer porque me picaron varias de ellas –el ciento y la madre que las parió, creo yo- dejándome el cuerpo hecho un cristo; y todo por trincar un poco de miel a fuerza de meter un palo por el agujero que había en la pared, donde luego se instaló la casa Kraemer (Mercedes). Bueno, volviendo a mis laboriosas vecinas de la biblioteca; resulta que a veces una de ellas, debe ser tonta, la pobre, revolotea junto a mis palabras buscando alguna flor donde libar su esencia. Yo, egoísta, mas bien bromista, la dejo sabiendo que le será imposible llevarse nada, porque solo es papel y tinta; sobre todo mucha tinta ya que es una biblioteca. Se le ve muy laboriosa y curiosona pero inocente cuando me amenaza con su estoque de defensa. Debe saber, quizás me huela, que soy un goloso empedernido y que su miel me encanta y su polvo de las flores que deposita de sus patas colorea mi cuartilla dándole el aire de un cuadro de abstracto dibujo. Yo, que soy muy bautizador, le he puesto de nombre, Margarita, como una niña que vivía en una casa de la calle Sagasta, muy cerca del cementerio. Esta niña tenía la manía de llevar un alfiler y pinchar al niño que se metiera con ella, la muy brujita. En Melilla hubo un tiempo que muchas niñas, mas bien zagalonas, les daba por hacer eso; ¡qué gracia, verdad!, y todo era porque llevaban bordado su nombre, Margarita, por ejemplo, en la blusa a la altura de un pecho, y nosotros los niños desvergonzados les decíamos que nos presentara a su hermana, o al menos que nos dijera su nombre ya que el de la otra lo llevaba bordado encima. Margarita, mi vecinita la abeja, a veces trae a varias de sus hermanas para presentármelas; como si yo fuese amigo de toda la vida, al menos eso es lo yo que creo. A una la llamo Sofía, que es la que mas se acerca a mi mano con insolencia; las demás, desconfiadas e indolentes, se marchan sin despedirse; yo les digo adiós con mi bolígrafo levantado mientras que el lector de al lado se levanta lentamente sin hacer apenas ruido.
“Tu has debido ser un niño muy amontonado de risa”, me dice Rafalito. Qué creen que le contesté; pues que si, que me amontonaba mucho y que aun me sigo amontonando como si tuviera diez o quince años; desgraciado sería si mi amontonamiento no fuese de alegría y de risa. Amontonarse, según mi amigo anciano-octogenario es reírse de todo y con todos, pero nunca de nadie. A mi me encanta conversar con él y mas cuando me dice cosas de Melilla en plan poético. “ Juanito te he escrito unas líneas para tu periódico y me gustaría me lo enseñases si te lo publican, ahí van : Melilla es una ciudad que entreteje su alegría florida con fragantes herencias de siglos de gloria patria. Con un cielo azul entero y sin nubes grises que lo empañen. ¿ Te gustó ? “. Y a quién no, mi querido amigo. Este hombre es un enamorado de nuestra ciudad y yo como melillense, y porque tengo deseos de ser maestro de ceremonias, le he dado el grado de melillense adoptivo. Si alguna autoridad de Melilla no está de acuerdo que lo revoque y ya está; Rafalito es un hombre comprensivo y no le dará mayor importancia de la que tiene. Pero yo pienso qué menos que a un señor, que sirvió a la Patria en nuestra ciudad hace sesenta años, y que aún conserva en sus retinas sus calles, sus edificios, su soldado de la Plaza de España y su cuartel, y mas que nada a sus mujeres de ojos de fuego, como él dice, no se le imponga ser hijo adoptivo de Melilla. Yo, de momento como les digo, lo he adoptado sin contar con nadie. Don Rafael, Rafalito para los amigos, malagueño, educado, buen conversador, muy limpio, con olor a colonia cara, y muy buena persona, amigo de Juan J. Aranda, melillense del Callejón del Aceitero, es adoptado por éste como hijo adoptivo del mismo Callejón y también de las calles Castellón de la Plana, Duque de la Torre y adyacentes, incluido el cementerio que tanto le gustó en su etapa de cuando estuvo sirviendo a la Patria. ¡Ah!, también queda nombrado alumno honorífico, con carácter retroactivo, de la banda de música (a él le gusta el fliscorno) de Don Julio Moreno, también del Colegio de Ataque Seco, hoy España; visitador y bañista del “Agarraero” en los Cortados, hoy desaparecido; de la “Piedrahogá”, también desaparecida; de los baños en la Ensenada de los Galápagos, antiguamente llamada de Los Viejos; del arrastramiento de latas el domingo que resucita Jesucristo, (menudo follón armábamos); de todas las carreras en bicicletas de piñón fijo alquiladas en el Rastro, espinillas dañadas incluidas ¡eh!, y muy particularmente y también con carácter retroactivo queda adoptado como amigo de todos los amigos de la infancia del tal Juan J. Aranda; y si algo se le ha olvidado a éste, quede también adoptado. Mas no puedo hacer yo; Rafalito te he adoptado retroactivamente desde mi niñez, ahora en nuestra vejez, (tú eres mas viejo, lo siento) somos amigos de los de verdad, de los chachi.
Espero te guste, aunque seas adoptado, ser hijo de Melilla, lo mismo que yo lo fui de Málaga por un compañero, ya fallecido, que se llamaba, Antonio López Yeto. Éste me impuso “La Medalla Malagueña del Puro y Genuino Cachondeo”, la cual acaricio cada vez que me pongo malito.
Reciban un saludo.



Juan J. Aranda

Málaga 8 de diciembre, día de las Conchitas, 2002