domingo, febrero 12, 2006

Antiguas navidades postales 15/12/02

ANTIGUAS Y AÑORADAS NAVIDADES POSTALES

Mucha gente cuando llegan estas fechas se sienten tristes porque a algunos les falta un ser querido o un amigo que se fue para siempre y no puede compartir la alegría; para mi siempre han sido de trabajo extra, como en muchos trabajos, como la policía, como el personal de guardia de los hospitales, por nombrar algunos; en Correos en estos días, siempre era ir a lo “loco”. Hace no tantos años en mi casa se cenó en Navidad cerca de las doce de la noche; y todo era por una pata de céntimos, de peseta, naturalmente, y hasta que no se cuadró todo el balance del día la veintena de compañeros que pagábamos los giros por las calles de Málaga no nos pudimos ir a casa; pero los jefes sí que estaban zampándose su cena tan panchos. Las felicitaciones, algunas eran en tarjetas de visitas, enviadas en sobres miniatura. Imagínense la clasificación y emparejamiento de los distintos modelos de sobres, que se resbalaban sin poder dominar el puñado, todos dispuestos para el reparto, y sin carritos que te llevaran el peso, como ahora. Entonces las carteras de reparto eran de cuero que pesaban casi tres kilos vacías; llenas eran un miúra que te dejaba la espalda hecha cisco. Aquí en Málaga, un compañero cachondo la bautizó con el nombre de: “ suavizalomos A-3”, éstas eran las mas grandes. Había carterias que cuando venían las avalanchas navideñas las cartas, los impresos, las felicitaciones, y no digamos los paquetes, parecía que tenían vida propia; los había por todas partes, por encima de las mesas, debajo de ellas, en las sillas, en cualquier cajón de cartón que sirviera para la clasificación, en el suelo, en las escaleras interiores del edificio, en fin, cualquier lugar era bueno para depositar tus cartas clasificadas y dispuestas para que los distintos destinatarios los recibieran con la ilusión propia de estas fechas. Luego, en la calle, venía el reparto y con él, el trato con tus vecinos que ya eran tus amigos; para mi era lo mejor, ver a la gente esperándote con el semblante de alegría : “ de su hijo, señora Antonia ....”, anciana que siempre esperaba alguna carta de su hijo de Alemania y que había que leérsela, porque en sus tiempos no hubo nadie que se preocupó de enseñarle lo mas básico en una persona: la lectura. Aparte del exceso de trabajo y los perennes cánticos de villancicos y los niños del colegio de San Ildefonso con su cantinela en la radio o en la tele, había un problema añadido y era que en cada casa que entregabas algo había una bandeja con una botella de coñac, otra de anís y un puñado de borrachuelos; terminando algunos compañeros con un cebollón alegrete. En mis tiempos de ingreso, allá por el año sesenta y tres del siglo pasado; qué lejano parece, y ya ha llovido algo, hubo un servicio, un tanto tercermundista, que por fin se eliminó de muchas oficinas de Correos, y era tener a un funcionario encargado de rellenar los impresos de giros y de certificados a muchas personas que no sabían escribir. En Melilla, en mis tiempos de colegial, había un señor con una bata azul y una máquina de escribir antediluviana, a la entrada del patio de ventanillas que era quien tenía ese encargo. Un compañero, antiguo telegrafista y amigo mío, estuvo una temporada en ese servicio en nuestra ciudad (un abrazo para él).
Hablando de mi edad colegial recuerdo que muchas Navidades Don Julio, mi maestro de música, nos llevaba a todos los chaveas a varios centros, como el colegio de Los Hermanos de la Salle, al edificio de los Sindicatos, entonces C. N. S. (Comemos Nosotros Solos), al hospital de la Cruz Roja a cantar villancicos. En todos los sitios trincábamos algunos dulces. Las pastorales organizadas espontáneamente eran otra cosa; ahí cada uno se buscaba su instrumento como podía, lo mismo daba una botella de Anís del Mono para rascarle la tripa llena de “pelotillas”, un pandero de mi vecina Maimona, una zambomba comprada en la calle Margallo, que un triángulo hecho de una cabilla de acero por mi padre en la fragua; y lo mas importante, nuestras voces y nuestra alegría al ir a cualquier casa de cualquiera de nosotros. Pero siempre había alguna persona como la abuela, llorosa ella, que se acordaba de su hijo muerto en la guerra del treinta y seis, o de su hermano que desapareció en la retirada de Dríus en el veintiuno, o el hombre que estaba enfermo y acababan de hacerle una radioscopia (radiografía) y no podía probar bocado, el pobre. Pero lo mas penoso era que en muchos hogares no había de nada, solo hambre y donde hay jayuya y falta el parné siempre hay disgustos, y como decía un gran escritor: “ El que no tié parné hasta las moscas se jiñan en él ”. Yo pienso que con el estómago vacío nadie puede ser sensato y por eso vienen los problemas.
En estas fechas, ¿ y porqué no en todas las del año ?, hay que recordar al gran pacifista Mahatma Gandhi que decía ; “Todo lo que se come sin necesidad se roba al estómago de los pobres ” . Yo no soy quien para dar consejos pero sí que me gustaría que cuando brindemos por nuestros seres queridos en las cenas pantagruélicas con el clásico chín chín del cava, nos acordemos de los que no tienen nada. Es mi opinión que cualquiera puede matizarla como guste.
Felices Pascuas y que el 2003 se lleve toda la fulañí que nos trajo el Prestige a Galicia; ojalá.


Juan J. Aranda
Málaga 15 de diciembre de 2002