Memorias de una banda de música 17/01/02
MEMORIAS DE UNA BANDA DE MÚSICA
Cuando las mejores rosas, las mas presumidas, se abren las primeras en primavera, las abejas vecinas las besan robándoles su néctar para hacer su miel, saliendo a continuación desde el interior dulce que el sol les brinda. Mas tarde pétalo a pétalo van entregando sus vidas al viento silencioso que las acaricia sin querer hacerles mal.
Cuando los grajos negros revoloteaban por las fronteras azoteas de Castellón y de Ataque Seco acompañados de sus primas las gaviotas que volvían de pesca de las cercanas aguas de La Purísima y de la “piedrahogá”; había meses que se podían ver los pájaros frioleros que venían de la Península de paso para el sur de nuestra frontera. Siempre era el otoño con el sol colorado pintado de nubes grises. También se oía el viento que dejaba su placidez aprendiendo a ser gritón en los altos barrios de Melilla.
Cuando un grillo empieza a cantar, al principio vacila cambiando de tono y al final se encuadra en la clave y escala musical que desea, llegando a ser siempre la misma nota del diapasón.
El llanto del clarinete de aquél músico militar sonaba en el balcón abierto; parecía volar, gritando y buscando el remanso del pentágrama en su viejo atril de madera gastada (de cuando la República, decía) de donde salió. El solo buscaba a sus parientes de la banda militar porque con su sonido solitario no sabía volar; se perdía entre las voces del “ropa vieja”, el que cambiaba un jarro de lata por unos pantalones viejos de tu padre; el de los “chumbosmáuros” que te daba dos y pelados por tres chicas (15 céntimos de peseta) o la voz de Juan, el arropiero, cruelmente llamado “meona”, clamando sus chucherías a la chiquillería que le rodeaba.
El aire cansado del verano en la calle sin arboles parecía quebrarse sin llorar apenas. Era cuando la noche le decía a la lluvia que guardara silencio para ponerse reluciente con las estrellas; y de verdad que era para retenerlo en alguna hondonada de tu memoria. Cuando me tocó, con mi corta edad, ordenar mis emociones me gustaba el paisaje que veía: las calles siempre límpias y llenas de gente, guardaba como un tesoro todo lo que almacenaba en mi cerebro de niño. Es como un hontanar de vivencias, por eso declaro con rubor que tengo buena memoria.
El viejo de boina y bastón nos comentaba las maneras que en sus tiempos de mozuelo tenían de enamorar a las muchachas. “Con saladísimos decires enamorábamos antes los hombres, zagá (zagal), no como ahora, que donde te veo aquí te mato”. Si viviera en los tiempos que corren echaría a correr o mas bien se quedaría, porque garañón era bastante el abuelo. A los niños traviesos siempre les decía: “Niño cuando te parió tu madre se le olvidó de darte los apoyos de la vergüenza”. No deseaba ver a ningún médico, decía que desde que se inventaron los médicos se acabaron los matusalenes. Si alguno de nosotros se desmadraba le decía que tenía la vergüenza en ultramar y cinco cigarrones por los cinco sentidos. Era una enciclopedia viviente; decía que a él le habían pasado mas cosas que celdas tiene un panal y avellanas un avellano y cuando se le iluminaba el sentido (el decía sentío) o le venía la memoria no paraba de contar los cuentos y chascarrillos de su niñez. Decía que era la época en que se fabricaban los hombres con mas lacha (vergüenza) que los de ahora. Otras veces nos aconsejaba a los niños para que no fuéramos a bañarnos a los cortados, por el peligro que entrañaba alguna bajada, que: ”Mas allílla del cementerio, como a la espalda de sus tapias es por donde se ahogó un niño moreno con un jersey colorao”. Aquél niño era de las Canteras del Carmen, cercano a Horcas Coloradas y se ahogó, al parecer, en el sitio llamado “el Agarraero”, donde muchos de los niños de esa barriada y de las calles cercanas aprendimos a nadar a escondidas de nuestras sufridas madres, y quien esté libre de pecados que tire la primera piedra y cuidado que no le vaya a dar a alguien inocente.
Todo esto ocurría en los años en que existía una banda infantil en el Mantelete dirigida por Don Julio Moreno. Y ya ven, me ha venido a la memoria al ver en éste periódico del 11 de Enero, retratados a los componentes de la orquesta sinfónica de Melilla los años que también nosotros, los niños como ellos, actuábamos en el templete del parque Hernández los domingos a las doce del mediodía. Entonces no había dinero para muchas cosas. Nosotros, lo mas lejos que viajamos fue a Tarfesit y Drius a amenizar a las fuerzas destacadas allí. En Nador ofrecimos varios conciertos y pasacalles por el paseo principal, cuando las palmeras eran enanas y su club marítimo estaba bonito. Recuerdo que Don Julio debía de estar mendigando a sus superiores para arreglar el retrete pestilente del local de la calle Medina Sidonia, donde ensayábamos, ya que no quería que ninguno de nosotros hiciéramos las necesidades allí, mayormente por los paseos de las ratas, grandes como conejos.
Con mi grano filarmónico de arena musical, a los componentes de la orquesta sinfónica y de la banda municipal les deseo los mayores éxitos en todos sus conciertos.
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